(Tomado de Barran, José Pedro y Nahúm, Benjamín “Bases económicas de la revolución artiguista”)
Si a ello unimos la falta de pujanza y de audacia en el enfoque, que los problemas de la tierra requerían urgentemente, característica de una política decadente (el mejor símbolo: la España de Carlos IV), comprenderemos la gravedad de la situación al comenzar el proceso revolucionario en el año 1811.
Porque además de la indefinición de la frontera con Portugal, apta para la infiltración de los lusitanos, de la existencia de latifundios improductivos y, lo que era peor, destructivos de la economía ganadera, del inmenso número de simples poseedores de la tierra que por ello mismo vivían en constante zozobra sobre sus derechos muy por encima de toda esta problemática pero directamente derivada de ella, se colocaba una organización social peligrosa por su inestabilidad y su tendencia a oponerse al poder central residente en Montevideo.
La campaña vivía en ebullición permanente. De la ciudad debían partir durante el Coloniaje, las directivas para controlar esa realidad cambiante y peligrosa, siendo natural que tomáranse las medidas que se tomaran se lesionarían los intereses de alguno de los numerosos grupos que formaban el conglomerado social campesino.
Resolver la situación de los simples poseedores otorgándoles sin más trámite títulos de propiedad, hubiera implicado un nivelamiento social que los grandes hacendados no estaban dispuestos a aceptar; emprender expediciones punitivas contra los “indios, gauderios y demás malhechores” que al efectuar las faenas clandestinas de cueros generaban un ambiente de violencia e inseguridad general, requería recursos económicos cuantiosos que la corona española solo podía encontrar en el decisivo apoyo de los mismos hacendados, pero que, estos, sin controlar en forma positiva el empleo de esos dineros, y aún por razones mas egoístas, no estaban dispuestos a proporcionar; defender la frontera estaba en el ánimo de todos, pero ¿significaba ello igualmente atacar los inmensos intereses creados en torno al contrabando?.
Era imposible tal vez, encontrar una solución que conformara a todos por la simple razón de que muchos vivían al amparo del problema, estando tan comprometidos con su permanencia que les resultaba vital que el “arreglo de los campos” fuera una especie de constante histórica.
(…)
En 1801, el capitán de Navío Félix de Azara, que conocía nuestra campaña desde que había integrado la comisión demarcadora de límites creada a raíz del Tratado con Portugal en 1777, dio a conocer su célebre “Memoria sobre el estado rural del Río de la Plata”.
Este escrito no solo posee un valor intrínseco difícil de exagerar, sino que también reviste un especial significado ya que fue redactado cuando se encomendó a Azara la fundación del pueblo de Batoví en el año 1800, siendo entonces su ayudante José Artigas. Es de toda lógica suponer que la Memoria no solo fue conocida por éste sino hasta discutida en sus términos por ambos (…).
Azara es uno de los pocos en proporcionar una visión global de todo el problema del “arreglo de los campos” y no solo del poblamiento de la frontera que se definía como fundamental en los otros planes (…)
Creemos de interés la fiel transcripción de la parte resolutiva de la memoria por las similitudes que ella contiene con el Reglamento Provisorio de 1815:
“Primero: dar libertad y tierras a los indios cristianos: pues de continuar la opresión en que viven se irá a Portugal la mayor parte, como sucede ya.
Segundo: reducir a los infieles Minuanes y Charrúas, ya sea pronta y ejecutivamente si hay bastante tropa, o si esta es poca, adelantar nuestras estancias cubriéndolas siempre.
Tercero: edificar en los terrenos que ocupan los infieles contenidos entre los ríos Negro e Ibicuy, y entre el Uruguay y la frontera del Brasil, capillas (…) y repartir las tierras en moderadas estancias y con los ganados alzados que hay allí, a los que quieran establecerse cinco años personalmente, y no a los ausentes (…)
Cuarto: Precisar a lo menos a los cabeza de familia, a que tengan escopeta y municiones, haciéndoles entender que ellos han de costear las composturas, deterioros y pérdidas de cualquier especie (…)
(…)
Sexto: Dar títulos de propiedad de las tierras que tuviesen pobladas a los que no los tienen y son los más desde de Río Negro a Montevideo, quitándoles las que no tengan bien pobladas para darles a otros, siempre con la condición de vivir cinco años en ellas y tener armas listas.
Séptimo: Anular las compras que se hubiesen hecho fraudulentas, las de enormes extensiones y las que no se hubiesen poblado en tiempo, repartiéndolas a pobres.
(…)
Décimo: Señalar linderos fijos en todos los títulos, demarcándolos algún facultativo para evitar los pleitos que apestarían el país.
(…)”
Este plan era la más completa base para una reorganización total de la propiedad, la población y la riqueza pecuaria, presentado durante el Coloniaje.
Ordenaba la frontera y la poblaba (repartimientos de tierras con obligación militar de defensa de la misma); eliminaba la inseguridad provocada por el problema indígena (reparto de tierra a los infieles o en su defecto expediciones punitivas); en un solo párrafo liquidaba el problema de los simples poseedores sin títulos saneados de propiedad (con la sola obligación de edificar capillas …); hacía legal el derecho de propiedad solo si estaba vinculado al trabajo y la producción (quitaba tierras que no estuviesen pobladas para darlas a otros, anulaba las compras de grandes extensiones); establecía una prioridad en los repartos de estas tierras, al asignárseles de preferencia a los pobres; legislaba sobre la delimitación de las estancias (obligación de linderos fijos en todos los títulos) (…).”
No hay comentarios:
Publicar un comentario