jueves, 13 de octubre de 2011

IMPERIALISMO

(Les dejo digitalizadas las fotocopias que Martha dejó en el Kiosko para el tema de ho (jueves 13/10). El libro es: "El desarrollo europeo y la expansión imperialista de 1870 a 1914", Lopez Chirico, Selva)

LA REANIMACIÓN DE LA EXPANSIÓN IMPERIALISTA DESDE 1870
Análisis de los antecedentes. En 1914, el 60 por ciento de las tierras y el 65 por ciento de la población mundial dependen de Europa; casi toda Oceanía, Asia del Sur y Sudeste, Siberia y el 96 por ciento del territorio africano. Hay zonas, como América, Japón o China, donde la penetración es fundamentalmente económica, configurando una situación imperialista sólo posible a partir de las nuevas condiciones económicas que imperan en el mundo luego del comienzo de la segunda revolución industrial. Nuestro período, además, ve aparecer dos potencias extraeuropeas que se postulan como imperialistas: Estados Unidos y Japón.

Los antecedentes son múltiples; no actúan todos desde un principio, sino que se van sumando; a fines de siglo, ya se encuentran todos en acción.
Causas económicas del imperialismo

Estas causas están relacionadas con los profundos cambios que se producen en la economía occidental a partir de la década del 70, a saber: la enorme expansión de la jndustria, la transformación del capitalismo de libre competencia en capitalismo monopolista, y la implantación casi simultánea del proteccionismo aduanero por los Estados europeos, a raíz de la profunda crisis económica registrada en 1873, que inauguró un período" depresivo que se extiende hasta 1895.
El enorme desarrollo de todos los medios de comunicación y transporte_(navegación a vapor, telégrafo, enlaces ferroviarios), al cubrir tanto Europa como América, India, China y África, unifica por primera vez realmente el mercado mundial. Sobre esa base, las metrópolis europeas, con su industria en plena expansión, tratarán de proveerse de recursos cada vez más abundantes en materias primas (algodón, caucho, petróleo, minerales) y de conseguir los productos tropicales de progresivo consumo (azúcar, café, etc.).

Además, la inversión de capitales lejos de su lugar de origen se ve enormemente facilitada, justamente en la época en que la evolución del capitalismo europeo así lo exigía. Hacia 1870, el desarrollo   económico      adquirido   tal   envergadura  que  las posibilidades de invertir lucrativamente en la metrópoli dismi­nuyen; es así como los capitales tienden a emigrar hacia las zonas donde   las  ganancias  son  más  altas,  es  decir,  los  países  no industrializados.  En éstos, el predominio de las explotaciones mineras y plantaciones, así como el bajo nivel de los salarios, permite  un   margen  de  beneficios  mucho  más elevado.  Los préstamos a  los  Estados no industrializados, tanto como las inversiones privadas en ellos, exigen un control continuado de la zona de inversión, hecho que conduce a una revaloración del colonialismo.

Los bancos, comprometidos sus capitales, presionan hacia las intervenciones con la finalidad de protegerlos; además, la expor­tación de capitales, que se realiza simultáneamente con la de mercaderías, opera como un estimulante de ésta; casi siempre las condiciones de los préstamos exigen que éstos sean invertidos en la metrópoli. Jules Ferry, figura principal de la expansión imperia­lista francesa, lo dice claramente: "Europa puede considerarse como una casa de comercio que desde hace algunos años va viendo decrecer su volumen de negocios. El consumo europeo está saturado; es preciso hacer surgir de nuevas partes del globo nuevas capas de consumidores, so pena de ver la quiebra de la sociedad moderna..."
La desaparición del capitalismo de Ubre competencia, resul­tante de varios hechos económicos de importancia trascendental, conduce a la persecución de un mercado protegido cada vez más amplio; el imperialismo tiene un papel de primera importancia en la consecución de éste. En primer lugar, la crisis de 1873 singularmente aguda, conduce en el período siguiente a la adopción por parte de los Estados europeos de medidas protec­cionistas: las barreras aduaneras que se adoptan obligan a expandir los mercados fuera del viejo continente; a su vez, la aparición de otros países altamente industrializados, aparte de Inglaterra, agudiza la competencia y lleva a una acentuación de las medidas proteccionistas. Pero, sin duda, la mayor responsabilidad en la expansión del mercado protegido les cupo a los recién nacidos monopolios (trusts, cartels, holdings), gigantescas empresas y asociaciones de estos mismos que, ante el temor de menores beneficios, insuficiencia de mercados o disminución de sus fuentes de materias primas, tratan de adquirir los territorios proveedores de aquéllas, incluso como estrategia defensiva (cuando esos territorios aún no están en.explotación) A su vez, la competencia entre los mismos monopolios tiende a eliminarse, constituyéndose trusts y cartels a escala internacional con el fin de salvaguardar la tasa de ganancia. Un ejemplo de esto es el reparto del mercado mundial del petróleo, ya operado en 1905, entre el trust norteamericano "Standard Oil Co." y los dueños del petróleo ruso de Bakú, Rothschild y Nobel.
Los antecedentes demográficos y la agudización de las tensiones sociales

El crecimiento demográfico como antecedente de la expansión imperialista, tan importante en períodos anteriores (en los cuales encontraron su auge las colonias de poblamiento), pasa a ocupar un lugar secundario en esta etapa, que se pronuncia indiscuti­blemente por las colonias de explotación (la emigración europea de este período no parte de los países metropolitanos, sino de los que   desempeñan  un   papel   menos  importante  en  la  carrera imperialista). Sin embargo, el aumento demográfico siguió ope­rando, al agudizarse las tensiones sociales. El análisis de una carta de Cecil Rhodes, destacado empresario británico de la penetración imperialista en África, arroja luz sobre el hecho: "Ayer estuve en el East End de Londres (barriada obrera) y asistí a una asamblea de los desocupados. Al oír en dicha reunión discursos exaltados cuya nota dominante era:  pan, pan, y al reflexionar, cuando regresaba a casa, sobre lo que había oído, me convencí, más que nunca, de la importancia del imperialismo...  La idea que yo acaricio, representa la solución del problema social, a saber: para salvar a los cuarenta millones de habitantes del Reino Unido de una guerra civil funesta, nosotros, los políticos coloniales, debe­mos posesionarnos de nuevos territorios para colocar en ellos el exceso de población, para encontrar nuevos mercados en los cuales colocar los productos de nuestras fábricas y de nuestras minas. El Imperio, lo he dicho siempre, es una cuestión de estómago. Si no queréis la guerra civil, debéis convertiros en imperialistas" (1895).
    El desarrollo del nacionalismo y la insatisfacción de los países nuevos.

La política de prestigio


La política de poder a que conduce el nacionalismo, encuentra un sólido apoyo en el imperialismo. Inglaterra está satisfecha, pero ve   surgir   competidores.   Francia,   perdidas  Alsacia   y   Lorena, procura compensaciones en otros continentes. Rusia, detenida en Occidente desde su fracaso en la guerra de Crimea, se orienta hacia el Sur y el Este. Italia y Alemania, recién unificadas, pugnan por ponerse a nivel de los grandes Estados en el reparto del mundo. Principalmente la segunda, respondiendo a las exigencias econó­micas de un pujante desarrollo industrial, apela a una ideología nacionalista de larga data para cimentar el "pangermanismo", cuyo contenido resume Guillermo II en 1907: "El pueblo alemán, unido en un espíritu de concordia patriótica, será el bloque de granito sobre el que Dios nuestro Señor podrá edificar y rematar la obra civilizadora  que  El se  propone  en el mundo". Esta ideología conduce a la exaltación de la guerra como medio de ampliar el ámbito de influencia geográfica de la nación alemana.

Todos esos factores hacen que los países europeos desarrollen una política de prestigio, por la cual ninguna quiere quedarse atrás en el reparto del mundo y todas buscan puntos de apoyo estratégicos, en una época en que la navegación a vapor exige zonas de reabastecimiento de carbón alrededor del mundo; a su vez, la conquista de una colonia suscita la necesidad de otras que la protejan, por razones de seguridad.

El espíritu misionero, científico y empresarial en el origen del nuevo imperialismo'

En las décadas de la expansión imperialista, el espíritu misionero se reanima; los misioneros se recluían no sólo en el seno de la iglesia católica sino también en las diversas sectas protestan­tes, y éstos llevan consigo, además de los principios de su religión, las más variadas manifestaciones de la civilización occidental (técnicas industriales, prácticas médicas y sanitarias, costumbres y principios europeos),

El espíritu científico también se encuentra presente en la gran empresa expansiva; las zonas aún inexploradas del globo significan un_ desafío al espíritu de aventura y a !a curiosidad científica de muchos, que emprenden audaces exploraciones. África se vuelve uno de los principales escenarios dé éstas y sus grandes ríos se convierten en las vías de penetración naturales usadas por Livingstone, Stanley y Brazza. El mismo fenómeno se da en el Asia interior y en las zonas polares; Nansen y Peary consuman el arribo al Polo Norte en 1909 y Amundsen realiza la misma hazaña para el Polo Sur en 1911.
Pero es muy difícil deslindar lo que corresponde al impulso misionero y científico, del impulso imperialista. En general, la exploración se demuestra inseparable de la conquista, y los Estados, para prepararla, subvencionan las expediciones e incluso les prestan apoyo militar. Los  misioneros, por su parte, llevando su presencia y sus contactos a todos lados, facilitan la penetración y muchas veces la protección de aquéllos es invocada como pretexto por las potencias imperialistas para intervenir las zonas de expansión.
En fin, la empresa imperialista se beneficia de la acción de fuertes personalidades a través de las cuales se canaliza el impulso expansivo de Occidente. Algunos, como Chamberiain (Inglaterra), Jüles Ferry (Francia), Leopoldo II (Bélgica) o T. Roosevelt (Estados Unidos), son los políticos de la expansión; ellos son los primeros en percibir las posibilidades del imperialismo y se dan a !a tarea de vencer las dificultades que se oponen a la concreción de los imperios. Otros, son los' técnicos, los que construyen el imperio sobre el terreno mismo de la zona colonial: Cecil Rhodes, quien consagró su vida a acrecentar las posesiones británicas en África, es el prototipo de ellos. Todos, políticos y técnicos, ostentan una personalidad que constituye una curiosa mezcla de ambición, patriotismo, orgullo nacionalista, oportunismo y falta de escrúpu­los. Estos complejos sentimientos se vierten en una serie de ideas que cuando comienza el siglo XX ya configuran una ideología del imperialismo

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